martes, 26 de octubre de 2010

Ocho - Encender el fuego interior



El día en que el yogui Raman me explicó esta pequeña fá­bula, allá en las cumbres del Himalaya, fue bastante similar al de hoy en muchos aspectos –dijo Julián.

–¿De veras?

–Nos encontramos al anochecer y nos despedimos de madrugada

Se produjo tal química entre los dos que el aire parecía crepitar de electricidad. Como te he mencionado antes, desde el momento en que conocí a Raman tuve la sen­sación de que era para mí el hermano que nunca tuve. Esta noche, sentado aquí y disfrutando de esa mirada tuya de in­triga, siento la misma energía y el mismo vínculo. Te diré también que siempre pensé en ti como en un hermano pe­queño. Y para serte franco, veía muchas cosas de mí mis­mo en ti.
En las horas que siguieron, aprendí de Julián que las perso­nas más desarrolladas y realizadas comprenden la importancia de explorar sus talentos, averiguar su propósito personal y aplicar sus dones humanos en esa dirección. Hay personas que sirven desinteresadamente a la humanidad como médicos, otros lo hacen como artistas. Algunos descubren que son gran­des comunicadores y se convierten en maestros maravillosos, mientras que otros acaban viendo que su legado tendrá la for­ma de innovaciones en el campo de los negocios o la ciencia. La clave está en tener la disciplina y la visión necesarias para ver cuál es tu misión heroica y asegurarte de que sirva a los demás.

Siete - Un jardín extraordinario


En este capitulo expli­có Julián »Para vivir una vida de máxima plenitud hay que montar guardia y dejar que entre en tu jardín sólo la información más selecta. No puedes permitirte el lujo de un pensamiento negati­vo, ni uno solo. Las personas más alegres, dinámicas y satisfe­chas de este mundo no difieren mucho de ti o de mí. Todos es­tamos hechos de carne y hueso. Todos venimos de la misma fuente universal. Sin embargo, los que hacen algo más que exis­tir, los que azuzan las llamas de su potencial humano y sabo­rean la danza mágica de la vida sí hacen cosas distintas de los que viven una vida corriente. Y la más destacada de ellas es que adoptan un paradigma positivo acerca de su mundo y cuanto hay en él.
Julián empezó a levantar los brazos con el entusiasmo de un pastor protestante arengando a su congregación.
que Julián no sólo era joven por fuera, por dentro era mucho más sabio. Aquello era algo más que una fascinante conversación con un viejo amigo. Me di cuenta de que hoy po­día ser mi momento decisivo, una clara oportunidad para em­pezar otra vez. Mi mente empezó a reflexionar sobre todo lo que estaba mal en mi vida. Por supuesto, tenía una gran familia y un trabajo estable como abogado bien considerado. Pero ha­bía momentos en que sabía que debía haber algo más. Tenía que llenar ese vacío que empezaba a inundar mi existencia.

Seis - La sabiduría del cambio personal



Julián se presentó en mi casa al día siguiente, a las siete, y llamó con cuatro golpes rápidos en la puerta. Mi casa es un edificio a la moda con espantosas persianas rosas que, según mi mujer, recordaban las casas que salían en Architectural Design. Julián tenía un aspecto radicalmente distinto al del día anterior. Todavía se le veía radiante de salud y exudando una increíble sen­sación de calma interior. Pero lo que llevaba me inquietó un poco.


Inmediatamente, Julián empezó a revelarme más cosas so­bre su transformación personal y la facilidad con que se produ­jo. Me habló de las antiguas técnicas que había aprendido para controlar la mente y para borrar el hábito de preocuparse que a tantos afecta en nuestra compleja sociedad. Habló de las ense­ñanzas de los monjes para vivir una vida más plena y gratifi­cante. Y habló también de una serie de métodos para liberar el manantial de juventud y energía que, dijo, todos llevamos den­tro en estado latente

Me impactó la verdad de sus palabras. Julián tenía razón. Mis años en el conservador mundo de la abogacía, haciendo siempre las mismas cosas con la misma gente que pensaba las mis­mas cosas cada día, habían llenado mi taza hasta el borde. Jenny siempre me estaba diciendo que deberíamos conocer gente nueva y explorar nuevas cosas. «Ojalá fueras un poco más aventurero, John», solía decirme.
Tras oír aquel extraño cuento allá en las cumbres del Himalaya y sentado junto a un monje que había visto de primera mano la antorcha de la verdadera luz, Julián me dijo que se de­silusionó. Sencillamente, dijo que pensó que iba a oír algo defi­nitivo, un esclarecimiento que le haría pasar a la acción o, por qué no, le arrancaría lágrimas.

Cinco - El alumno espiritual de los sabios



Eran las ocho de la tarde y yo aún no había preparado mi alegato para el día siguiente. Estaba fascinado por la experien­cia de aquel antiguo guerrero de la abogacía que había cambia­do radicalmente de vida después de convivir y estudiar con aquellos sabios maravillosos del Himalaya.
Las sesiones empezaban antes del alba. El yogui Raman se sentaba con su entusiasmado alumno y llenaba su mente de ideas sobre el significado de la vida y de técnicas poco conoci­das para vivir con mayor vitalidad, creatividad y satisfacción. Le enseñaba viejos principios que, según decía, cualquiera po­día utilizar para conservarse joven y ser más feliz. Julián apren­dió también que las disciplinas gemelas del dominio personal y la autorresponsabilidad impedirían que volviera al caos de la crisis que había caracterizado su vida en Occidente.
Sentado a solas en mi despacho, comprendí lo pequeño que es en realidad nuestro mundo. Pensé en los amplísimos conoci­mientos que apenas empezaba a vislumbrar. Pensé en lo que sería recuperar mis ganas de vivir, y en la curiosidad que yo ha­bía sentido de joven. Quería sentirme más vivo y aportar ener­gía desbordante a mi vida cotidiana. Tal vez yo también aban­donaría mi profesión.

Cuatro - Encuentro mágico con los Sabios de Sivana


Tras andar durante horas por intrincados caminos y sendas herbosas, los dos viajeros llegaron a un verde y exuberante va­lle. En uno de sus lados, los picos del Himalaya ofrecían su pro­tección como soldados castigados por la intemperie que guar­daran el lugar donde descansaban sus generales. Al otro lado había un espeso bosque de pinos, tributo natural a esta tierra de fantasía.
Los hombres, que parecían sólo una decena, llevaban la misma túnica roja que el yogui Raman, y sonrieron serenamen­te a Julián cuando hicieron su entrada en la aldea. Todos se veían apacibles, sanos y satisfechos. Fue como si las tensiones que tantas víctimas se cobran en nuestro mundo no tuviesen acceso a aquella cumbre de serenidad.
Aunque habían transcu­rrido muchos años desde que vieran una cara nueva por última vez, aquellos sabios fueron comedidos en su recibimiento, ofre­ciendo una ligera reverencia a modo de saludo.
Las mujeres eran igualmente impresionantes. Con sus on­dulantes saris de seda rosa y los lotos blancos que adornaban sus negros cabellos, iban de un lado a otro con sorprendente agilidad. Sin embargo, no se trataba del ajetreo frenético que invade nuestra sociedad. Aquí todo parecía fácil y alegre. Algu­nas trabajaban dentro del templo haciendo preparativos para lo que parecía una fiesta. Otras acarreaban leña y tapices ricamen­te bordados. La actividad era general. Todo el mundo parecía feliz.
A Julián, que apenas podía creer lo que estaba viendo, le ofrecieron un festín de fruta fresca y hortalizas exóticas, dieta que, como supo más adelante, constituía una de las claves de la salud ideal que disfrutaban los sabios.
Tras la comida, el yogui Raman acompañó a Julián hasta sus aposentos: una cabaña cu­bierta de flores donde había una pequeña cama con un bloc va­cío a modo de diario. Aquélla sería su casa.