martes, 26 de octubre de 2010

Cuatro - Encuentro mágico con los Sabios de Sivana


Tras andar durante horas por intrincados caminos y sendas herbosas, los dos viajeros llegaron a un verde y exuberante va­lle. En uno de sus lados, los picos del Himalaya ofrecían su pro­tección como soldados castigados por la intemperie que guar­daran el lugar donde descansaban sus generales. Al otro lado había un espeso bosque de pinos, tributo natural a esta tierra de fantasía.
Los hombres, que parecían sólo una decena, llevaban la misma túnica roja que el yogui Raman, y sonrieron serenamen­te a Julián cuando hicieron su entrada en la aldea. Todos se veían apacibles, sanos y satisfechos. Fue como si las tensiones que tantas víctimas se cobran en nuestro mundo no tuviesen acceso a aquella cumbre de serenidad.
Aunque habían transcu­rrido muchos años desde que vieran una cara nueva por última vez, aquellos sabios fueron comedidos en su recibimiento, ofre­ciendo una ligera reverencia a modo de saludo.
Las mujeres eran igualmente impresionantes. Con sus on­dulantes saris de seda rosa y los lotos blancos que adornaban sus negros cabellos, iban de un lado a otro con sorprendente agilidad. Sin embargo, no se trataba del ajetreo frenético que invade nuestra sociedad. Aquí todo parecía fácil y alegre. Algu­nas trabajaban dentro del templo haciendo preparativos para lo que parecía una fiesta. Otras acarreaban leña y tapices ricamen­te bordados. La actividad era general. Todo el mundo parecía feliz.
A Julián, que apenas podía creer lo que estaba viendo, le ofrecieron un festín de fruta fresca y hortalizas exóticas, dieta que, como supo más adelante, constituía una de las claves de la salud ideal que disfrutaban los sabios.
Tras la comida, el yogui Raman acompañó a Julián hasta sus aposentos: una cabaña cu­bierta de flores donde había una pequeña cama con un bloc va­cío a modo de diario. Aquélla sería su casa.

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