martes, 26 de octubre de 2010

Nueve - El viejo arte del autoliderazgo


Julián, espero que no te importe que lo diga, pero todo eso del «mundo interior» me suena muy esotérico. Recuerda que soy un abogado de clase media con un utilitario aparcado en el camino particular y un cortacésped en el garaje. Mira, todo lo que me has dicho hasta ahora encaja. A decir verdad, gran parte de lo que has compartido conmigo parece de sentido común, aunque ya sé que el sentido común, en estos tiempos, es todo menos común. Te diré, sin embargo, que me cuesta un poco entender esta noción del kaizen y la mejora del mundo in­terior. ¿De qué estábamos hablando exactamente?
Julián fue rápido en su respuesta.


En nuestra sociedad etiquetamos al ignorante como dé­bil. No obstante, quienes expresan su falta de conocimientos y buscan instruirse encuentran el camino del esclarecimiento an­tes que los demás. Tus preguntas son sinceras y me dicen que estás abierto a las ideas nuevas

Julián volvió a su conversación con el yogui Raman en lo alto de las montañas, en lo que él recordaba como una noche estrellada y hermosa.
Julián había abierto la puerta de un manantial de vitalidad y serenidad interior en mi vida. En realidad, su transformación en un radiante y dinámico filósofo era poco menos que milagrosa. En ese momento decidí dedicar una hora diaria a poner en prác­tica las técnicas y principios que él me iba a enseñar. Decidí tra­bajar en mi perfeccionamiento antes de trabajar en cambiar a los demás, como había sido mi costumbre. Quizá yo podría experi­mentar una transformación como la de aquel antiguo abogado llamado Mantle. Desde luego, valía la pena intentarlo.
Julián había abierto la puerta de un manantial de vitalidad y serenidad interior en mi vida. En realidad, su transformación en un radiante y dinámico filósofo era poco menos que milagrosa. En ese momento decidí dedicar una hora diaria a poner en prác­tica las técnicas y principios que él me iba a enseñar. Decidí tra­bajar en mi perfeccionamiento antes de trabajar en cambiar a los demás, como había sido mi costumbre. Quizá yo podría experi­mentar una transformación como la de aquel antiguo abogado llamado Mantle. Desde luego, valía la pena intentarlo.

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