martes, 26 de octubre de 2010

Diez - El poder de la disciplina

Julián siguió utilizando la fábula mística del yogui Raman como piedra angular de las enseñanzas que estaba compartien­do conmigo. Yo sabía que el jardín de mi mente era una mina de poder y potencialidad. Por el símbolo del faro, había apren­dido la gran importancia de tener un propósito claro en la vida y la efectividad de marcarse objetivo
Julián estaba en lo cierto. Por supuesto, yo no podía quejar­me. Tenía una familia estupenda, una casa cómoda y un trabajo muy próspero. Pero realmente no podía afirmar que hubiese alcanzado la libertad. Mi busca era para mí un apéndice tan va­lioso como mi brazo derecho. Yo siempre iba corriendo. Nunca parecía tener tiempo suficiente para comunicarme con Jenny, y pensar en un rato de tranquilidad en un futuro próximo me pa­recía tan probable como pensar en ganar la maratón de Boston. Cuanto más lo pensaba, más comprendía que probablemente no había llegado a probar el néctar de la verdadera e ilimitada libertad. Supongo que era un esclavo de mis impulsos. Siempre hacía lo que los demás me decían que debía hacer.

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