Julián siguió utilizando la fábula mística del yogui Raman como piedra angular de las enseñanzas que estaba compartiendo conmigo. Yo sabía que el jardín de mi mente era una mina de poder y potencialidad. Por el símbolo del faro, había aprendido la gran importancia de tener un propósito claro en la vida y la efectividad de marcarse objetivo
Julián estaba en lo cierto. Por supuesto, yo no podía quejarme. Tenía una familia estupenda, una casa cómoda y un trabajo muy próspero. Pero realmente no podía afirmar que hubiese alcanzado la libertad. Mi busca era para mí un apéndice tan valioso como mi brazo derecho. Yo siempre iba corriendo. Nunca parecía tener tiempo suficiente para comunicarme con Jenny, y pensar en un rato de tranquilidad en un futuro próximo me parecía tan probable como pensar en ganar la maratón de Boston. Cuanto más lo pensaba, más comprendía que probablemente no había llegado a probar el néctar de la verdadera e ilimitada libertad. Supongo que era un esclavo de mis impulsos. Siempre hacía lo que los demás me decían que debía hacer.
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